El juego de la espera
Sentada en el coche, la espera se alargaba interminablemente, cada minuto alimentando mis pensamientos inquietos y mis preocupaciones en espiral. La tranquila calle que me rodeaba no ofrecía ninguna pista, lo que agravaba mi inquietud mientras suplicaba en silencio: “Vamos, Evan”, con la esperanza de que apareciera pronto. Con cada transeúnte, mi corazón latía con más fuerza, convirtiendo esta inesperada prueba de paciencia en una batalla contra la creciente ansiedad que no había previsto cuando decidí seguirle.

El juego de la espera
Evan emerge, agotado
Cuando las sombras del atardecer se hicieron más profundas, Evan salió, con los hombros cargados de un peso invisible, los ojos cansados y agobiados. Instintivamente retrocedí, rezando para que no me hubiera visto, pero me dolía el corazón al verle tan agotado y distante. ¿Qué te corroe, hermano? Me pregunté, sintiendo una creciente determinación. Fuera cual fuera el secreto que ocultaba, era grave y sabía que tenía que descubrirlo pronto.

Evan emerge, agotado